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Mostrando entradas de marzo, 2019

LAS URNAS LO ARREGLAN TODO

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Debería haber elecciones todos los meses, cada mes una. Sería el mejor remedio para arreglar los males, no se si de este país, pero al menos los de esta ciudad. Como se han convocado elecciones, el Ayuntamiento de Cuenca ha pensado que ahora sí es conveniente lo que no le ha dado la gana de hacer en los cuatro años anteriores, o sea, poner orden en el calamitoso funcionamiento del autobús urbano, cuyo despropósito mayor ha sido (y sigue siendo, mientras no lo corrijan) que durante el fin de semana, cuando mayor afluencia de pasajeros hay para subir a la parte alta, la frecuencia de paso se reduce a la mitad. Así de inteligentes son los encargados de este sistema: si hay más gente, ponemos menos autobuses. Y no solo se quedan tan a gusto, sino que han ido enviando fuera de juego todas las sugerencias, ideas, protestas y quejas que el vecindario y los turistas han ido formulando durante este tiempo, con el estúpido argumento de que no se podía hacer. Pues ahora sí se puede. Aho

EL PLACER Y LA BELLEZA, SEGÚN ÓSCAR PINAR

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Sobre las exposiciones, y el arte en general, se pueden decir muchas cosas. Lo hacen los críticos y analistas, aportando observaciones, por lo general interesantes, que ayudan a los espectadores a comprender mejor lo que el artista de turno ha querido expresar con su obra. Cierto que, en ocasiones, los comentarios parecen ininteligibles, por lo rebuscado de los textos, pero también es cierto que en muchas ocasiones aportan matices que quizá no se captan en una visión apresurada. Pero hay también algo más, que trasciende de los análisis y los estudios para llegar a ese terreno más cercano que es el de la emotividad, el del placer estético. Son sensaciones que se pueden encontrar ante la obra de Óscar Pinar, una recopilación antológica desarrollada de manera muy sensata por tres académicos conquenses (Miguel Ángel Moset, Pedro Miguel Ibáñez y José Ángel García) responsables del eficaz montaje que en la Sala de la calle Princesa Zaida nos ofrece ahora este inmenso placer. No come

INVENTEMOS LA CAJA POSTAL

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Yo creo que todo lo que se diga sobre la estupidez congénita de este país es poco. Asistimos día a día a la vana palabrería que surge por todas partes (en especial desde el gremio político) lo que se complementa con el espectáculo inenarrable de las invenciones que vienen a descubrir constantemente el Mediterráneo. Veamos una de las últimas, pescada en el Telediario de ayer, en La Primera, que no es ninguna tontería, porque teóricamente (sólo teóricamente) es la mejor y la más serie, nada que ver con el maremagnum de sandeces que circulan alegremente por la red de los despropósitos. Ahí estaba la perla. Acaban de descubrir que, como el territorio se está vaciando de sucursales bancarias que se están cerrando a toda prisa, como es natural en empresas que solo buscan rentabilidad sin que les importe un comino ayudar a los ciudadanos, un buen remedio sería utilizar el servicio de Correos, que cubre todo el territorio nacional para que los carteros actúen como agentes bancarios

POBRES NIÑATOS INCULTOS

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             Sobre la barbarie del ser humano se han escrito ya muchas palabras y ninguna de las mías va a añadir nada nuevo a lo hasta ahora dicho. Ahorraré pues epítetos innecesarios para ir directamente al grano. Coincidiendo con el Día de la Mujer, este 8 de marzo el busto de Marco Pérez situado en la plazuela de San Andrés ha aparecido envuelto con un mantel violeta sobre el que campea una leyenda ofensiva mientras que en la propia escultura alguien ha escrito la palabra “Infame” junto con una cruz gamada.             No hay señal alguna de que Marco Pérez fuera un infame, en ningún sentido del término, ni de que tuviera nada que ver con el nazismo, pero aunque lo hubiera sido, nadie tiene derecho alguno a ensuciar su nombre, su figura o su recuerdo.             Hay aquí, como indico al comienzo, una muestra más de lo bárbaros, incívicos, ineducados, que pueden ser algunos seres humanos, de cuyo comportamiento infame -aquí sí: infame- recibimos por desgracia sobradas y r

MÁS VALE TARDE QUE NUNCA

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El alboroto organizado por el previsto comienzo de las obras de derribo de la Casa Catalina, en la calle José Cobo, ha tenido un final feliz, ante la decisión de la viceconsejería de Cultura de la Junta de Comunidades de iniciar el expediente para la declaración como Elemento de Interés Patrimonial de la fachada principal. Mientras se soluciona el dilema, las obras siguen interrumpidas. La pregunta, lógica y natural, aunque parece que nadie ha querido hacérsela (al menos, yo no la he leído en ningún sitio) es por qué hubo que esperar a que llegaran las máquinas y los obreros para empezar el expediente de protección, obligando a parar los trabajos. Ahora hemos descubierto que la Casa Catalina es un ejemplar excelente del modernismo aplicado a Cuenca, ciudad en la que aquella corriente estética, propia de comienzos del siglo XX, parecía haber pasado de largo, sin tocar para nada la virginal naturaleza urbanística de la ciudad. Pero ahí estaba la sobria aunque elegante casa diseñad

PEDESTAL VACÍO

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Produce una cierta sensación parecida al desasosiego entrar en el Museo de Arte Abstracto y encontrar, justo de frente, lo primero de todo, el pedestal vacío en que desde el primer día se asienta el Abesti gogorra IV, la monumental escultura de Eduardo Chillida, convertida en seña de identidad del Museo. No pasa nada especial, no ha ocurrido ningún desastre; simplemente, algo normal en el mundo de los museos: está cedida temporalmente para una exposición en el País Vasco. O sea, que volverá a Cuenca en cualquier momento y recuperará el sitio que le corresponde, el mismo en el que nos hemos acostumbrado a verla durante años y años. El Abesti gogorra conquense es el cuarto de la serie de trabajó Eduardo Chillida (1924-2002) en madera de chopo; hay un quinto, en piedra, depositado en un museo americano, pero este que forma parte de nuestras vidas posee una expresividad intangible pero cierta, que transmite una sensación ambivalente, de poderío por un lado, de honda emotividad por

LA CIUDAD, A TRAVÉS DEL ESPEJO

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Poco, muy poco tiempo, apenas una semana, ha podido verse en la Sala Iberia el singular montaje preparado por un equipo de jóvenes arquitectos para rememorar, reencontrar o recuperar imágenes que formarían solo parte de la memoria de los seres vivos, si no fuera porque nuestra civilización dispone de dos poderosos elementos, la documentación conservada en los archivos y las fotografías. Con su ayuda (y con la de otros elementos visuales) se ha podido dar forma a una reconstrucción casi ideal que nos ha permitido viajar en el tiempo, para retroceder prácticamente un siglo, hasta las décadas iniciales del XX, cuando se diseñó una ciudad de Cuenca que enlazaba con las formas de la modernidad y que, desgraciadamente, quedó interrumpida. El punto de arranque de este proyecto expositivo (que, por desdicha, ya no se puede ver, tan corta ha sido su permanencia) fue la pequeña crisis provocada por el singular suceso de la Casa Catalina, en la calle José Cobo, cuyo derribo comenzó para su

OTRO QUE SE VA, EL CHOCO

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      Los seres humanos, seguramente, tenemos una tendencia natural a esperar (y desear) que todo lo que nos rodea tenga una permanencia absoluta: una pareja para toda la vida, un trabajo que dure siempre, una salud constantemente de hierro, las mismas tiendas, los mismos bares alrededor. Las novedades, los imprevistos, son simpáticos, pero no siempre vienen bien, no siempre llueve a gusto de todos.       Este fin de semana y después de 67 años de apertura al público, ha cerrado uno de los bares más emblemáticos de Cuenca, El Choco, situado en la calle Hermanos Valdés, frente a la parte trasera del edificio del gobierno civil. Abierto por Luis Gallego en 1952, en un local situado en la misma calle pero más cerca de la del Cardenal Albornoz, que fue preciso abandonar en 1982 cuando el edificio fue derribado para construir en su lugar otro diferente. Entonces, Luis aseguraba que, en cuanto estuviera en pie, volverían a ese mismo sitio, pero la realidad es que mientras duró la obr

EL GRATO REENCUENTRO CON LA BELLEZA

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    A estas alturas, reencontrar la obra de Miguel Ángel Moset (Cuenca, 1953) ya no ofrece muchos misterios, salvo el del puro, simple y maravilloso disfrute que siempre encuentra el espectador ante una obra tan coherente como sólida, concebida con rigor, realizada con riqueza expresiva, abundancia de matices sensoriales. “Miniaturas” ha titulado esta colección que se presenta ahora en el Centro Cultural Aguirre, hasta el día 19 de marzo, dentro de la serie “Días de Arte Conquense” que coordina Carlos Codes y que nos está ofreciendo, sin disimulo, uno tras otro, un rico y variado repertorio de interesantes muestras.     La de Moset es de las más atractivas que hemos podido ver en mucho tiempo. La sutileza con que aproxima sus pinceles al lienzo, en busca de un trazo liviano por el que se deslizan los colores apenas dibujados y, sin embargo, en plenitud de formas creativas que producen una impresión de naturaleza envolvente por la que se desliza el espectador, como llevado de la