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Mostrando entradas de agosto, 2019

¿DÓNDE ESTÁ LA CALLE CAMINO VIVEROS?

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            El Ayuntamiento de Cuenca difunde hoy una nota en la que dice que, “debido a la preparación del Recinto Ferial para la Feria y Fiestas de San Julián, la calle Camino Viveros permanecerá desde hoy y hasta que finalicen las fiestas, cortada al tráfico de vehículos”.             Eso dice el Ayuntamiento donde hay alguien, el redactor de la nota o quien desde más arriba le ha informado, que ignora el hecho sencillo de que en Cuenca no hay ninguna calle que se titule Camino Viveros.             Naturalmente, los medios informativos se han apresurado a difundir la nota tal cual, repitiendo la tontería del ignorante. Hasta ahora, que yo haya advertido, ninguno de esos medios ha corregido el error municipal. La cosa es insignificante pero en otras circunstancias podría llevarnos a consecuencias extraordinarias, porque si el Ayuntamiento no conoce el nombre de las calles de la ciudad, ¿qué otras cosas de más fuste tampoco conoce?

50 NÚMEROS DE MOYA

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            En una época en que se suceden las noticias de desapariciones de publicaciones en papel, una que tiene un sentido totalmente contrario merece, de manera rotunda, aplausos y felicitaciones. Moya. Revista de la Asociación de Amigos de Moya es la afortunada que en este recién terminado mes de julio ha conseguido publicar su número 50 que, a la vez, coincide con sus 25 años de existencia, puesto que empezó a ver la luz de la calle en 1995. Es de justicia que, tras el comentario editorial en el que se resume la evolución de la hermosa villa de Moya a lo largo de este tiempo, el primer artículo publicado, con la firma de Mariano López Marín, incluya una cálida felicitación a Teodoro Sáez, al que se llama “alma mater de la revista “por el inmenso trabajo realizado durante estos veintitantos años al frente de la misma y muchos más dentro de la Asociación” y, ciertamente, es una referencia justa y necesaria hacia la constante dedicación de Teodoro Sáez a difundir y defende

ESCALINATA AMISTOSA

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Para descansar, cosa realmente necesaria, porque la vida del turista es muy dura y zarandeada, más en sitios como Cuenca, cuesta arriba, cuesta abajo y el sol encima cayendo a plomo, cualquier sitio es bueno. Los pudientes con ánimo de señoritos prefieren las terrazas de los bares, cervecita, aperitivo (cacahuetes, aceitunas), un pincho calentito, lo que sea menester para darle gusto al cuerpo.        Los menos pudientes o que, siéndolo, tienen el ánimo entre pueblerino y castizo están a gusto en cualquier rincón de la Plaza, aunque sea el duro suelo de las escalinatas de la catedral, espacio muy apropiado para el reposo del caminante además de oportuno para mirar el móvil, que hace por los menos cinco minutos que no lo veo, ¡mecachis! y por las redes están circulando miles de mensajes apetitosos que conviene conocer, aunque sean bulos y mentiras.      La escalinata de la catedral no cobra por recibir posaderas, ni protesta por el peso de algún gordo (o gorda) que otro. La

EL CARDIÓLOGO Y EL JAZZ

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Hasta ahora, mi cardiólogo era un señor serio, amable, amparado por un estilo profesional a la vez que con un punto de ironía que ayuda a disminuir la tensión con que el paciente se acerca a la consulta. Hasta ahora, mi cardiólogo era esa persona que me recibe una vez al año, teniendo en la mano (o en la pantalla, que viene a ser lo mismo) los resultados del ecocardiograma que me han hecho unas horas antes y en los que, presumo, él lee cosas para mí incomprensibles pero que intenta explicarme, tras haberme hecho otro electro, tomarme la tensión y aplicarme el estetoscopio por delante y por detrás, buscando esos mensajes misteriosos que los latidos transmiten a través de los mecanismos médicos para decirle a él, mi cardiólogo, cómo van las cosas por dentro de mi cuerpo. Cada año, hasta ahora, el resultado es similar: esto va bien, me dice y me explica los matices de esas líneas misteriosas que sirven para detectar el funcionamiento de mi mecanismo interno. Y nos despedimos, sati

GUSTO DE VER A EL MANCHAS

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Quince días han sido pocos, y menos aún si son en pleno verano, pero eso es lo que ha durado el tiempo de oportunidades para poder disfrutar, sonreír y pensar viendo la obra de Antonio Mancheño, El Manchas, que ha estado expuesta en la Sala Iberia con un título que, en su escueta combinación de palabras y números, es toda una declaración de intenciones: “2018 extraño año”. Una treintena de obras en torno a los doce paneles dedicados, uno por mes, a ofrecer una visión muy personal de lo que fue aquel año, el pasado, tan cerca y, sin embargo, ya tan alejado en la percepción de las cosas sucedidas, que ahora cobran vida nueva a través de la visión del artista.             Se trata de una peculiar y originalísima colección de “estampas conquenses” de arte pop e influencia americana donde el paisaje es Cuenca, aunque la Cuenca cotidiana que habita este conocido ilustrador, con espacios como su taller o la taberna Jovi, pero una Cuenca también imaginada, “rara”, según reconoce él m