ESPERANDO EL RETORNO DE LAS BLANCAS
Sabemos, porque se está repitiendo a
diestro y siniestro, que los sucesos de los últimos tres meses, o sea, la
epidemia de coronavirus, ha caído sobre nosotros, sobre la totalidad de
habitantes de este mudo (con contadísimas excepciones: parce que los esquimales
se han librado) introduciendo cambios considerables en las costumbres
individuales y colectivas. Una de ellas es muy curiosa: las Blancas tienen
cerrada sus puertas, la de la iglesia que da a la Anteplaza, con lo que no es
posible disfrutar del estimulante espectáculo de ver a las monjas situadas de
manera permanente ante el altar, donde está expuesto el Santo Sacramento, en un
ambiente de recogimiento, tranquilidad y respeto, tan diferente a lo que ocurre
en las puertas del recinto. Para los turistas, los que lo saben y acuden
puntualmente a verlas, como para los que se enteran sobre la marcha y se apuntan
a vivir la experiencia, entrar en la iglesia de ese convento de clausura es
verdaderamente algo muy notable. Casi podría decirse, y no quiero parecer
cursi, que uno sale de allí con la intención de ser mejor persona. Lo malo es
que para mucha gente, el propósito se evapora a los cinco minutos. Cuando se
vuelvan a abrir las puertas de ese templo será que realmente el desastre ha
pasado.
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