ACISCLO, EL TANQUE Y UN REGALO
Hay personas que por su manera de
ser o de actuar llegan a formar parte del paisaje urbano de una ciudad, al
mismo nivel que las calles, las plazas o los bancos del parque. No todos los
habitantes del lugar tienen esa misma disposición. La mayoría viven su vida y
se dedican a su trabajo, otros muchos son indiferentes, no se implican ni
intervienen para nada en la vida de la ciudad. Solo una minoría muy cualificada
llegan a formar parte de ese paisaje urbano. Para alcanzar esta condición no
hace falta ser famoso, ni hacer cosas destacadas, ni llamar la atención por
actitudes estrambóticas o delirantes. Lo llevan en la sangre.
Acisclo García sirve muy bien como
ejemplo de lo que quiero decir. En su biografía no hay nada especial. No fue político
ni concejal, no ganó premios, no recibió medallas o distinciones. Vivió de sus
negocios o de sus trapicheos, como se quiera decir, entre asuntos inmobiliarios y antigüedades, pero tenía una manera de
ser, de caminar y de estar, de hablar con los demás, que lo hacían
inconfundible y, a la vez, repito el pensamiento anterior, lo vinculaban de
manera indisoluble con el carácter de Cuenca.
Personaje ciertamente singular. Un
día me hizo un regalo inconmensurable y, además, increíble para todos los que
luego lo conocieron. En realidad, yo quise comprárselo, aún temiendo que me
pediría una cantidad exorbitante que no podría asumir de ningún modo.
Negociamos un poco, tomando un café en uno de los bares de la Plaza Mayor y
luego me llevó a donde tenía el tesoro que yo apetecía. “Llevátelo”, me dijo.
¿Por cuánto? Le pregunté. “Te lo regalo”, me contestó. Y yo me quedé
estupefacto, tanto como los que luego conocieron el peculiar suceso.
El episodio más notable en la vida
de Acisclo fue, con toda seguridad, el tanque que un buen día subió a lo alto
del cerro del Socorro, traído directamente desde Ucrania, donde había
participado en quien sabe cuántos conflictos de los muchos que hubo por
aquellas latitudes. Acisclo tenía entonces un pleito con el Ayuntamiento a
cuenta de unos terrenos de su propiedad que el consistorio quería apropiarse
por no se qué chanchullos con los terrenos. Nuestro hombre, ni corto ni
perezoso, organizó el traslado del tanque desde su lugar de origen y lo plantó
en mitad del cerro, con actitud que podría entenderse como belicosa, pero en
realidad para poner de manifiesto su voluntad de defender con uñas y dientes lo
que él consideraba suyo. Él mismo me dio una colección de fotos de aquello y
una de esas es la que estoy utilizando para ilustrar el comentario.
Se ha muerto sin querer contestar
abiertamente a la pregunta que le he hecho algunas veces en los últimos tiempos
(y que nos hacemos todos los vecinos del casco antiguo): ¿Qué piensas hacer con
el gran caserón de la Plaza Mayor? Lo rehabilitó hace años, se gastó una pasta
de cine, lo ha abierto en tres o cuatro ocasiones con distintos inventos, todos
ellos frustrados. Del último, la Casa Palacio, aún sobreviven algunas letras de
la fachada, que se van cayendo una tras otra. A cada pregunta respondía lo
mismo: “Ya veremos”.
Pues Acisclo García no lo va a ver.
Este lunes ha muerto, a los 78 años de edad. El paisaje urbano de Cuenca pierde
uno de sus elementos más característicos.
Hola José Luis, me gustaría contactar .... Jma@aulamilitar.com
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