EL MUNDO PERSONAL DE ÓSCAR LAGUNAS
En la Sala Acua, de la Universidad de Castilla-La Mancha, una nueva exposición nos permite recuperar (hasta el 4 de noviembre),
la siempre inquietante personalidad de Óscar Lagunas, seguramente uno de los
artistas de más acusado carácter, siempre fiel a sí mismo a la vez que
inconformista con la situación establecida. Ello hace que quien se asome a la
galería en que se expone su obra lo haga animado por la seguridad de que va a
encontrar algo y alguien ya conocido, que le resulta familiar, junto con la
esperanza, casi seguridad, de que en ese panorama presentido habrá también
alguna sorpresa, la novedad que siempre tiene el artista entre las manos. Y en
este caso, nadie queda defraudado.
Ahí está, desde luego,
el Óscar Lagunas sombrío, dominado por los tintes oscuros, ennegrecidos, que
son consustancial con su pintura, realizada como a impulsos de un carácter
impulsivo que le lleva a cubrir el cuadro de tonos terrosos, al tiempo que orgánicos,
con una carga de dramatismo que conmueve la mirada, pero entre ellos surge la
llamarada colorista, brillante, el rojo o el amarillo, que llena el lienzo de
un sentimiento orgánico, una temblor estremecido, que atrae poderosamente esa
misma mirada que solo unos segundos antes parecía adormecida por la negritud y
que ahora despierta de manera abrupta, como si el artista quisiera
sorprendernos con un impacto casi brutal. Esperabas el negro, ¿no? pues aquí
tienes: un impacto directo al cerebro.
Nacido en un lugar tan
exótico como La Huérguina (1965), un pequeñísimo pueblo serrano, a la vera de
Cañete, Óscar Lagunas es pintor casi toda de la vida, desde que siendo todavía
muy joven arraigó en Cuenca, ocupando un espacio en aquel sorprendente invento
que fue el grupo de Artesanos vinculado al antiguo Asilo de Ancianos. Así,
autodidacta, aprendiendo en las aulas vivas del Museo de Arte Abstracto, se fue
definiendo, a partir de la realidad, para abrazar en seguida la no figuración,
a la que, sin embargo, vuelve, quizá de manera inconsciente, como ocurre en
esta exposición, en que uno no se atrevería a decir de manera rotunda que estos
trazos son totalmente abstractos: de ellos escapa, con fuerza, un sentimiento físico
que los vincula apasionadamente al mundo figurativo.
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