CON EL BUEN TIEMPO VUELVEN LOS TURISTAS




            En los tiempos amargos que nos ha tocado vivir, el turismo ha desaparecido; ni siquiera se puede llamar turistas a los infelices que han quedado atrapados en lugares exóticos (pero, ¿qué hace tanta gente en Filipinas o Indonesia?) o inmovilizados en un crucero a la vera de cualquier puerto, para comprobar en pocos días que todos los placeres sin cuento que promete la propaganda de estos hoteles marítimos se transforman en un infierno, porque si duro es estar confinado en tu casa, lo de permanecer bloqueado en un barco, viendo por una borda el mar y por la otra el puerto que no podrás pisar, debe ser un auténtico martirio. Para decir, como se estarán diciendo muchos: no vuelvo a pisar un crucero en mi vida.
            Y, sin embargo, todo esto pasará. Nuestro modelo es China. Allí surgió el problema, allí empezaron a pasarlas canutas mientras los demás, bromistas y descreídos, contemplábamos el espectáculo con un punto de conmiseración no exento de humor. Estos chinos, que exagerados son para todo, hasta para morir como moscas. Hasta que en menos que se tarda en pensarlo, la tortilla dio la vuelta y ahora el sufrimiento ha emigrado desde allí hasta aquí y occidente entero se sumerge en las profundidades de la feroz pandemia.
            Justo cuando eso ocurre por aquí, los chinos han dado por extinguida la enfermedad, salvo casas puntuales que siempre quedan sueltos y como palpable demostración han vuelto a abrir las ciudades, las gentes vuelven a salir y, como símbolo muy llamativo, la Gran Muralla puede volver a ser visitada, al menos en un tramo. Si desde allí nos llegó, hace un par de meses, un mensaje de catastrófica realidad, ahora nos llega otro: hay esperanza, hay vida, puede volver a haber turismo. Aunque no sea en Semana Santa


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