IGLESIAS Y TURISMO




Todo político que se precie y que aspire a tener algo que hacer en Cuenca llevará en su programa un capítulo encabezado por la palabra “turismo”, a lo que añadirá, en seguida, una bonita retahila de ideas en que buscará la mejor forma de enlazar turismo con cultura, patrimonio y gastronomía, que es lo único que se puede ofrecer por estas tierras del interior. Son intenciones beneméritas, encomiables.
Como todos los seres humanos, yo también soy turista, viajero, curioso impertinente que va de un sitio a otro buscando algún elemento interesante que ver. Con esa actitud, lo normal es que se choque con la realidad pura y dura, en forma de puertas cerradas, impenetrables. En algunos casos hay gente amable, dispuesta a buscar la rendija, o la llave, que abra puertas, sobre todo de las iglesias, que guardan celosamente su contenido solo visible, normalmente, en el momento de la misa semanal. Pero, como digo, con un pequeño esfuerzo es posible conseguir la mano amable que traiga las llaves.
Peor es lo de Villaescusa de Haro, un pueblo verdaderamente monumental, manchego, con elegancia, belleza y señorío. Poseedor de una iglesia magnífica, monumento nacional, con una auténtica joya en su interior, la Capilla de la Asunción, dotada de un retablo renacentista que bien puede figurar en la primera línea de las joyas nacionales de ese periodo.
Es, además, una iglesia por la que yo me siento especialmente atraído, porque le dediqué un reportaje cuando estaba empezando mi carrera profesional de periodista. El párroco, siempre recordado, Ángel Sevilla, me trasladó su inquietud por el penoso estado en que se encontraba la capilla, convertida en un palomar y eso lo conté en ese reportaje, que alcanzó un respetable impacto nacional y eso, como es lógico, siempre sienta bien al ego de cualquiera y más si eres un joven periodista.
Tenía ganas de volver a ver la iglesia y la capilla, después de varios años sin hacerlo. Estaba cerrada, pero en la puerta una hoja de papel informa del horario de apertura. Disciplinadamente nos fuimos a comer y volvimos, puntuales, a la hora en que se deberían abrir las puertas, pero seguían cerradas. En el papel hay también un número de teléfono al que llamar, en caso de necesidad. Llamamos y se oyó la voz metálica del contestador automático. Esperamos diez minutos y volvimos a llamar con el mismo resultado. Esperamos diez minutos más y otra vez. A la media hora nos fuimos.
En esas cosas no acostumbran a pensar los políticos que en campaña y fuera de ella expresan beneméritas intenciones turísticas. Les cuesta bajar a la arena y encontrar la realidad, sencilla y dura. No hay turismo que valga si no es posible acceder con facilidad a los lugares de interés turístico. Así de sencillo.

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