ADOQUINES REVOLTOSOS
Uno de los entretenimientos
cotidianos de los obreros municipales es pasar el día en la subida al casco
antiguo -ya saben: calles Palafox, San Juan, Andrés de Cabrera, Alfonso VIII-
reponiendo baldosas y adoquines, elementos juguetones y revoltosos que tienen
la costumbre de salirse constantemente de sus posiciones, las que les adjudicaron
quienes tuvieron la peregrina idea de implantar en ese recorrido semejante
clase de pavimento.
Baldosas y adoquines deberían
estarse quietos, soportando estoicamente que sobre ellos pasen continuamente
centenares de coches, motos, autobuses, camiones, furgonetas de reparto y todos
los adminículos imaginables. Deberían ser dóciles pero no lo son. Con una
voluntad ciertamente encomiable, se rebelan contra esa situación y, en cuanto
pueden, saltan de sus huecos, con la consecuencia lógica de que, en cuanto
pueden, acuden los trabajadores del municipio dispuestos a reponer a situación.
Y a esperar el próximo incidente que, como viene ocurriendo, sucederá de
inmediato.
Algunos cazurros, que los hay en
este mundo y en todos, mientras se entretiene socarrón contemplando las
maniobras, insinúa: ¿Y no sería más barato cambiar todo el sistema, una vez que
sabemos que este no funciona?
Seguro que en el Ayuntamiento saben
cuántos miles de euros están costando estas continuas intervenciones. Y seguro
que alguien, también, ha echado cuentas y sabe ya cuánto dinero nos podríamos
ahorrar todos, cambiando el sistema por otro más razonable y menos quebradizo.
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