DECHANET Y SUS VIDRIERAS CATEDRALICIAS




            Conservo de Henri Dechanet un vago recuerdo personal, el de un encuentro casual, como de trámite, en el entorno de otra actividad, que apenas si nos permitió cruzar unas cuantas palabras rutinarias, sin que luego volviéramos a tener ocasión de profundizar en ese conocimiento. Si creo que me pareció un hombre algo retraído, quizá porque su origen francés le ofrecía un cierto distanciamiento en la idiosincracia de lo conquense, como ocurre siempre que alguien se encuentra fuera de ambiente, por más que, desde otro punto de vista, esté perfectamente integrado.
            Lo que sí percibí entonces, con total claridad, es que él era el alma, el corazón y el entusiasmo de aquel proyecto tan polémico entonces, y tan admirable hoy, que fue el trazado de las vidrieras nuevas de la catedral de Cuenca. Es un debate cien veces repetidos y también entonces. Lo habitual es que surjan enseguida los clamores de quienes consideran un atentado mancillar con diseños modernos ¡y abstractos, encima! el respetable recinto de una catedral gótico-renacentista. Dechanet concibió la idea, la gestionó, convenció al esclerotizado cuerpo de canónigos y al prudente obispo Guerra Campos, obtuvo los fondos de la Junta de Comunidades, persuadió a Gustavo Torner, Gerardo Rueda y Bonifacio Alfonso de que hicieran diseños, a los que unió los suyos propios y entre el escepticismo, las críticas y algunas burlas, sacó adelante la idea y consiguió colocar las vidrieras para tapar y de paso iluminar con alegría los cegatos ventanales de la catedral de Cuenca.
            Conviene recordar todo esto, que aquí resumo con brevedad, porque hoy no parece que nadie discuta la bondad de la idea ni la brillantez con que se ejecutó el proyecto de Dechanet, maestro vidriero de formación tradicional y concepción modernista del arte, que acaba de morir en Requena, donde se refugió después de haber mantenido durante varios años un Escuela de Vidrieras en Cuenca.

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