MANGANA ESPERA QUE TOQUE LA FLAUTA
Podría mirar, buscar el dato,
buceando en los archivos, que para eso están, pero prefiero no hacerlo, dejarme
caer en manos de la especulación temporal: ¿cuántos años han pasado: dos, tres,
cuatro…? Da lo mismo, muchos, ha pasado mucho tiempo desde que se reformó la
plaza de Mangana dándose su aspecto actual, moderno y colorista, que sirvió,
como ocurre siempre que la modernidad se introduce en nuestras vidas, algún
movimiento de rechazo, alguna apelación a las tradiciones violadas por quienes
no la respetan. Pero los días pasan dejando detrás apenas un leve eco de la
queja, que ni siquiera llega a ser protesta y por eso la imagen de la plaza más
tradicional de Cuenca, tantas veces modificada a capricho del que manda en cada
momento, ha podido asentarse en la visión colectiva y ya nadie recuerda lo que
había antes.
Pero no es ese el tema. Cuando se
emprendió la larguísima operación de reforma, con el objetivo de llevar a cabo
lo que se llamaba entonces “la musealización de Mangana” se ejecutó también la
excavación arqueológica encaminada a poner al descubierto los restos informes y
entremezclados de diversas épocas del pasado del lugar, desde los primeros
asentamientos musulmanes hasta las aportaciones de época moderna, con
viviendas, la iglesia de Santa María, el palacio de los Hurtado de Mendoza. Esas
piedras ahora pueden contemplarse parcialmente desde la parte superior de la
plaza, gracias a los espacios acristalados que permiten la visión, insisto
parcial, de lo que hay debajo. Y que debería poder contemplarse con mayor rigor
y amplitud en una fase posterior, en que se pondría término a esos trabajos y
el recinto quedará abierto al público.
Y así estamos. Con ese anuncio o
promesa pendiente. Sin que nadie pueda pasar más allá de las puertas cerradas y
sin que la cristalera exterior permita ni siquiera adivinar lo que hay dentro. Una
pena, desde luego. En estos cosas de la administración, sea una o la otra,
nadie tiene nunca prisa. Con lo bonito que es inaugurar cosas, pronunciar
discursos, hacerse la foto, explicar a todo el mundo lo bueno que es este y
aquel. Pues nada, ni por esas.
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