EN LA MUERTE DE CARMEN ALBORCH



Casi todas las muertes producen un amargo sabor de boca. Algunas, además, aportan otros sentimientos añadidos, según sean los alimentos que vienen a caballo de los recuerdos. Los de Carmen Alborch se vinculan a un día singular en la historia de esta ciudad y también en la mía personal, el 6 de abril de 1994, cuando se inauguró el Teatro Auditorio de Cuenca, siendo ella ministra de Cultura. Los recuerdos tienen un tono agridulce, porque la persona que era su jefa de gabinete me dio toda la guerra imaginable en su afán de cuidar todos los detalles del acto inaugural en lo que tuvieran que ver con la ministra. Ella, al contrario, fue encantadora, efusiva, comunicativa, alegre con su cabellera roja dominando la situación, fiel trasunto de un dinamismo que transmitía de manera eficaz.
A Carmen Alborch la he visto luego en momentos mucho más cotidianos, en Valencia, compartiendo autobús o en la cola del supermercado, actividades ambas que dan idea de su vinculación normalísima con la vida de cada dia. De lo demás no hay mucho que decir: ya los comentarios biográficos se encargan de recordar los aspectos de una vida consumida activamente, sin parar. En la foto (de Santiago Torralba) está Carmen Alborch, junto a la reina Sofía, el día que inauguramos el Auditorio. Para mí, un buen recuerdo.



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