EL RETORNO DE PACHECO





            Vuelve a Cuenca Julián Pacheco (1937-2000) en el año en que debería haber cumplido 81 y si esta metáfora del retorno a su ciudad de un artista muerto es siempre o casi siempre una figura literaria, un recurso del escritor para infundir interés a su relato, en este caso se trata de una afirmación impregnada de lógica, porque el largo exilio del artista en tierras de Europa, singularmente italianas, le convirtieron en un ausente cuya presencia se sentía de manera cotidiana porque, a diferencia de otros que en circunstancias similares optan por el silencio y el recogimiento, Pacheco tenía buen cuidado en darnos puntual noticia de su existencia y su actividad. Yo recuerdo todavía las sorpresas iniciales cada vez que en el buzón de correos aparecía un sobre pulcramente rotulado conteniendo un sorprendente catálogo o la fotocopia de un recorte de prensa que daba noticia de aquel singular artista afincado en otro país.
            Los catálogos eran sorprendentes, provocativos, rompedores, con una impecable línea de continuidad ideológica y expresiva. El régimen no salía nada bien parado y tampoco había piedad para el sucesor designado. Si algo se puede decir de Pacheco, en el terreno personal de las convicciones, es que las mantuvo de manera inalterable hasta el fin de sus días, cuando ya había retornado a España una vez recuperada la democracia y pudo encontrar acomodo en el pequeño pueblo de Arcos de la Cantera, donde montó su estudio definitivo. Entonces lo conocí, no muy profundamente, pero sí lo suficiente para encontrar que el arisco diseñador de muros plagados de grafittis demoledores era un ser bonachón y apacible, con una firme tolerancia que permanecía inconmovible ante el repertorio de injusticias y abusos que habían marcado la existencia del régimen ya extinto. Y que prolongaba su crítica hacia quienes lo habían sucedido, quizá presintiendo el volumen de escándalos corruptos que habrían de venir luego, sin que él tuviera tiempo de conocerlos.
            El mundo de Julián Pacheco vuelve a estar presente, a la vista de quien quiera acudir a contemplarlo, y en verdad que es una experiencia del máximo interés. Nos encontramos ante una selección que forma parte de un universo urbano aparentemente destructor y, sin embargo, cargo de lirismo interno. Pero más allá de las definiciones o explicaciones, que se pueden dar con generosidad, el arte de Pacheco es extraordinariamente singular, ha elaborado un estilo enteramente suyo, sin mixtificaciones ni posibilidades de confundirlo con cualquier otro. Es un arte rompedor y urbano, el de un solitario trasgresor que siente la tortura interior que le produce el mundo en que vive y lo traslada a la pared como un grito que traspasa el silencio de los corderos.
            Hasta el 4 de noviembre está la exposición, que sus organizadores han titulado “Diálogos”, en la Sala Acua, situada en un rincón de la parte alta, en la esquina de la calle del Colmillo. Merece la pena volver a experimentar este nuevo reencuentro con Julián Pacheco en Cuenca.


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