AHORA SE ACUERDAN DEL PATRIMONIO INDUSTRIAL




Ya sabemos lo que es y qué entendemos por Patrimonio Edificado y al decirlo, al mencionar tal cosa, de inmediato se nos va la imaginación hacia los edificios monumentales y se nos llena la memoria de hermosas catedrales, bellas iglesias, espectaculares castillos, apabullantes palacios y todo aquello que encaja, con más o menos aproximación, en el apelativo de “monumento”. Así fue durante mucho tiempo, hasta que mentes sensatas empezaron a explicar que hay otro tipo de bienes patrimoniales, más sencillos, más modestos en su apariencia exterior pero igualmente valiosos porque a lo anterior se unen otros conceptos: la vinculación con el entorno, la importancia en la vida social y colectiva de los pueblos, el valor simbólico de su presencia. De esa manera, se han ido incorporando al escueto listado original otros bienes que van engarzando unos con otros para formar una maravillosa cadena de lugares y edificios que son también, con todo el derecho, elementos singulares y representativos de nuestro pasado. Sobre ellos se cierne, como pasa siempre en estos casos, la amenaza latente de que sean sacrificados para atender a alguna espuria necesidad especulativa que en cualquier momento puede aparecer.
Este tema está regulado por la Ley del Patrimonio de 1985 que rige en todas estas cuestiones pero que, miren por dónde, se olvidó de mencionar siquiera la existencia de esos bienes heredados de la época industrial. En algunos sitios, como sucede en lugares cultos (o sea, el País Vasco) ya se han dictado normas encaminadas a proteger semejante herencia pero en otros lugares (o sea Cuenca) donde no existe semejante prudencia, ocurre que un Ayuntamiento amigo de destruir todo lo que estorba, ha favorecido la eliminación de elementos como todas las fábricas de madera, la Resinera, el molino de la Noguera o el silo de la carretera de Valencia.
Ahora, el ministerio que dirige desde hace bien poco José Guirao anuncia que se pone en marcha una reforma de urgencia a la Ley de 1985, para subsanar el olvido que en este texto legal se había producido en cuanto a la protección del patrimonio industrial, justificando tal iniciativa porque “en el ministerio consideramos que es necesario conservarlos, como testigos imprescindibles para documentar y comprender los dos últimos siglos de nuestra historia aunque, como indicó entonces Miguel Álvarez Areces, presidente de la Asociación de Arqueología Industrial, es lamentable que todos los planes en marcha tengan más voluntarismo que dotación económica, aún admitiendo y reconociendo, como otros especialistas, la importancia de elaborar un catálogo exhaustivo en que se recojan todos los elementos existentes.
Como dice la sabiduría popular, más vale tarde que nunca.


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