PINTADAS Y PINTADAS
En una de las portadas de la catedral de
Santiago, los bárbaros, que para eso lo son y ejercen, pusieron el otro día una
pintada en una de las impolutas imágenes románicas que embellecen, para bien de
todos (incluidos los bárbaros) aquel magnífico lugar. Los responsables de la
instalación, al unísono, encontraron el remedio y en apenas 24 horas el mal
estaba reparado y las cosas vueltas a su ser natural. Eficacia, prontitud,
medios adecuados, intervención inmediata sin necesidad de convocar reuniones,
anunciar un concurso público ni organizar debates sobre la mejor forma de
actuar.
En otros sitios (una ciudad llamada
Cuenca, por ejemplo), convertida ya en la capital mundial de los grafitis
urbanos, el 99% de ellos horrorosos, feísimos, antiestéticos, cada vez que
alguien plantea el tema recibe la necesaria respuesta: lo estamos estudiando,
estamos buscando la fórmula más adecuada, vamos a pensar en lo que hacemos,
pondremos a la policía municipal a buscar a los responsables y otras lindezas
por el estilo.
Aquello es Santiago, esto es Cuenca. Así
vamos.
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