LOS MOSAICOS DEL PARQUE DE SAN JULIÁN


         Una de las características más acusadas y de las que mejor distinguen al Ayuntamiento de Cuenca es que nunca tiene prisas para nada. Los temas, los asuntos, las cuestiones pendientes, se pueden ir prolongando semanas y meses sin que se altere un ápice el ánimo de los señores y señoras regidores y regidoras. Mientras que en la mayoría de las demás ciudades del ámbito occidental hay urgencia por reparar los desperfectos y que vuelva a la normalidad lo que ha sido alterado, aquí sucede exactamente lo contrario. Las cosas se van dejando yo creo que con la aviesa intención de que nos acostumbremos a la nueva situación hasta darla por permanente y así no hay que tomarse el trabajo de reparar o corregir lo que está mal.

         Reponer los mosaicos dañados en el quiosco del parque de San Julián debe ser tan fácil como acudir a un taller reconocido, de los que hay docenas en España, tipo Talavera de la Reina o Manises, por citar dos que están cerca y encargar que hagan el trabajo; seguro que en un par de semanas lo han terminado y repuesto en su lugar.
         El quiosco o templete de la música, en el que actúa regularmente durante los meses de verano la Banda de Música de la ciudad, en conciertos nocturnos, es un pequeño monumento en su género. Inicialmente se encargó al arquitecto Elicio González, pero dos años después fue reformado por Fernando Alcántara, a quien se debe adjudicar la autoría definitiva. Se trata de una valiosa pieza arquitectónica, inaugurada en 1926, cuya parte inferior está formada por una colección de mosaicos realizada por Miguel Larrañaga. Unos reproducen motivos concretos, como las Casas Colgadas o la Torre de Mangana, y otros arabescos y motivos vegetales.   
         Va ya para cuatro años, según mis cuentas, que uno de esos paneles fue bárbaramente atacado por un grupo de indeseables que encendieron una hoguera a su lado y lo destruyeron mediante el fuego. Por supuesto, de los culpables ni el menor rastro. Aceptado con fatalidad el daño solo quedaba el paso siguiente: reponer el mosaico para que vuelva a tener su aspecto original. A ese objetivo, cualquier ciudad se hubiera dedicado con diligencia y prontitud. Aquí, el desconchón infame seguirá brillando con luz propia quizá por los siglos de los siglos. Así van las cosas por aquí.


Comentarios

  1. Lo extraño, es que Cuenca no se caiga a pedazos, y siga aguantando ya no solo el paso del tiempo, si no de los distintos mamandurrias que año tras año viven del ayuntamiento y de sus cargos en el mismo. Una lástima.

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