VENTAJAS DE SER POCOS
Algunos
amigos me llaman o envían mensajes de las grandes ciudades en las que
decidieron vivir, pensando, sin duda, que en ellas encontrarían mejores
oportunidades, más ventajas, otras opciones que nos están vedadas a quienes, al
contrario, por elección propia o porque la suerte lo quiso así, decidimos
hacernos habitantes de una pequeña ciudad provinciana. Ahora me escriben o
llaman con envidia, porque en este ínfimo rincón de la meseta castellana el
gobierno que nos rige ha decidido devolvernos, con cuentagotas, algo de la
libertad suprimida o coartada cuando comenzó el gigantesco desastre sanitario
en que, sin comerlo ni beberlo, nos hemos visto inmersos.
A todos
mis amigos les digo lo mismo: “Alguna ventaja debía tener el ser pocos”. Porque
eso es lo que nos ha servido para recuperar un mínimo de vuelta a la
normalidad. Somos pocos y nos amontamos menos. Lo contrario que hacen en las
grandes ciudades, que viven en un permanente apelmazamiento, en calles,
autobuses, metros, plazas y jardines, con lo que resulta ciertamente fácil que
unos a otros se vayan pasando amistosamente el virus que nos atenaza.
Por
aquí no hay apuros ni agobios. Mantenemos la distancia con suma facilidad porque
raramente nos acercamos. Tenemos amplios espacios, urbanos y naturales, para
poder desperdigarnos sin necesidad de agobiar al próximo con toses molestas o
efluvios impuros. Alguna ventana debería tener, al fin, el ser pocos.
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