GENTE PARA LA CUENCA VACÍA




            Va para cinco siglos que Antonio de Guevara fijó un título que desde entonces ha hecho fortuna y que en estos tiempos de confusión y abatimiento viene como anillo al dedo: Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Por entonces, más o menos, alguien muy cercano a nosotros por múltiples motivos, fray Luis de León, escribió también unos versos no menos célebres a la par que socorridos: “Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido”, aunque conviene advertir, por si alguien lo ignora, que el fraile belmonteño no se refería a cuestiones prosaicas, vinculadas con la dura tierra, sino a la huida espiritual en busca del sosiego que, según él, proporcionaría el encuentro con la divinidad.
            La obra del otro fraile, Guevara, sí que es de aplicación a lo que está sucediendo, porque cuentan que, como consecuencia de la epidemia mortal que nos acongoja, son muchos, o algunos por lo menos, los ciudadanos que, hartos de los agobios multitudinarios de las grandes ciudades, están decididos, algunos incluso buscando, una placentera residencia familiar en un tranquilo y poco habitado pueblecito, en el que seguir viviendo sin la amenaza permanente de atascos, prisas, ruidos, contaminación y demás lindezas propias del desasosiego que va aparejado a las colmenas de las grandes metrópolis. No es mala fórmula, desde luego. Otra cosa es que esas intenciones, tomadas en un tiempo de pánico feroz ante la amenaza del virus, luego se convierta en algo real, una vez alcanzada esa cosa que llaman de manera eufemística “la nueva normalidad”.
            A lo mejor, miren por dónde, como no hay mal que por bien no venga, resultaría que el dichoso microbio mortífero consigue que la España vacía lo esté un poco menos. El tiempo lo dirá.

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